Algunas personas enferman.
Les enferman sus historias. Las que tejen para los demás.
Las que entretejen para controlar.
Porque piensan que controlar es vencer y que vencer es felicidad.
Pero ni controlar es vencer ni vencer es felicidad.
Y las mentiras no son alimento. Las mentiras te destrozan.
Te agujerean.
Y por esos agujeros se escapan el sueño, el sosiego, la serenidad...
Y por esos taladros al alma se le escapa la vida.
Y por ahí se ausenta la felicidad.
Ausente está en ti. Perdida.
Y las mentiras maquinan. Y vuelven a maquinar.
Y suena el engranaje agudo. Y traspasa la ilusión. La aniquila.
Aniquila las ganas. La ilusión y las ganas. Y mata algo de la esperanza.
Algo. Y de la mirada infantil. Esa que siempre queda. Pureza.
El odio siempre me parece mentira. Nunca me lo acabo de creer.
Supongo que porque no lo puedo soportar.
Quizá el odio nazca de las mentiras. De tantas mentiras. Se agolpan y toman ese nombre.
Odio. Que al revés es oído. Odio.
¿Se odia lo que no se comprende o sólo lo que no se puede controlar?
El odio ¿es miedo? Es miedo.
"Te he querido tanto. Y por tanto tiempo. Y con tanto empeño.
Y con tan poco acierto."
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